Pages

| 0 comentarios ]




Egyptian Tourist Authority


La capital egipcia se extiende a ambas orillas del Nilo. Gizeh, en la orilla oeste, y El Cairo, propiamente dicho, en la orilla este, se confunden en la misma megalópolis. Insaciable, la mayor ciudad del continente africano araña cada día un poco más las arenas del desierto y las tierras agrícolas. De tal manera que nadie sabe cuántos son los cairotas, si 10, 15 o 20 millones.


El Cairo
El Cairo ya sorprendía a los viajeros en tiempos de los mamelucos. Hoy día, se espantan de los embotellamientos sin fin, del polvo omnipresente, del ininterrumpido concierto de cláxones, del urbanismo deshilachado y de las masas que se apresuran hasta por las calzadas. Los barrios más pobres bordean los más ricos; mendigos, hombres de negocios, Mercedes último modelo y carretas bamboleantes se mezclan. Pero El Cairo, insumergible, inalterable, sigue siendo para los egipcios la Victoriosa, la Madre del mundo o, simplemente, Misr, del nombre entero de Egipto. Por poco que se decida a perderse, también el viajero extranjero descubrirá la suavidad de sus noches, iluminadas por los neones verdes de las mezquitas, el calor de sus pequeños cafés populares, el placer de deambular por las callejuelas y el humor sonriente de los cairotas. Después del primer impacto, también usted acabará por afirmar, al igual que sus habitantes: «¡Y sin embargo, gira!»


El centro urbano
En la orilla oriental del Nilo, entre las plazas Tahrir, Ataba y la estación de Ramsés se extiende la ciudad moderna, actual centro de la ciudad. Europeizado desde la mitad del siglo XIX, este barrio fue construido según el modelo haussmaniano: las calles son anchas y se cruzan en ángulo recto, los edificios rococó con molduras de estuco representaban, en la época, el colmo de la modernidad. Aquí descubrirá también algunas joyas de arquitectura de la Belle Époque.


En las calles Talaat Harb, Qasr el-Nil y la avenida del 26 de julio, inmensos carteles pintados anuncian las películas que ponen en los cines. El jueves por la noche, los cairotas se apresuran por las aceras de esa lujosa zona de tiendas. Telas, ropa, zapatos, pero también grandes almacenes cooperativos (el famoso Omar Effendi, la Samaritaine egyptienne), excelentes pastelerías, locales de comida rápida de moda y salas de danza del vientre. En este lugar se cruzan los turistas de los países árabes, los campesinos del Alto Egipto y los estudiantes de la Universidad Americana.Si deja atrás los grandes ejes, descubrirá, en callejones sorprendentes, pequeños restaurantes y cafés populares, donde hombres en traje y corbata van a fumar su narguile, mientras degustan un té muy azucarado lejos de la agitación.En el corazón del centro urbano, la plaza Tahrir (plaza de la Liberación) resume por sí sola la ciudad, con sus deslumbrantes luces de neón, obras permanentes, embotellamientos desmesurados y su urbanismo bastante falto de coherencia. Un edificio de arquitectura oriental alberga la Universidad Americana.


El metro, la cuarta pirámide
Inaugurada en 1987 en presencia de Jacques Chirac, por entonces Primer Ministro de Francia, la primera línea de Metro (42,5 km. de largo, 33 estaciones) dio mucho trabajo a los ingenieros franceses que la concibieron y realizaron. Pero el resultado está ahí: más de un millón de viajeros cada día entre El-Marg, al norte, y Helwan, al sur, y un equipo que funciona a la perfección. El primer tramo de la segunda línea, que enlaza las dos orillas, fue inaugurada en 1996. Fue prolongada hasta Gizeh en el 2000, totalizando así 19 km de largo y 18 estaciones.


La cuna de la danza oriental
En el corazón de la noche cairota, la bailarina hace que se muevan todas sus lentejuelas. Lo que los occidentales llaman «la danza del vientre» es aquí una institución. Tiene sus maestras que reciben alumnas del mundo entero, sus estrellas, que los hoteles de lujo y los productores de cine se disputan, y también sus modistos, y sus músicos, y su avenida, la de las pirámides, donde se suceden los cabarets… y también sus tugurios. Entre las grandes bailarinas: Fifi Abdu, Lucy o Diana.


Los barrios islámicos
El Cairo, la «ciudad de los mil minaretes», no posee para los musulmanes el carácter sagrado de La Meca, de Medina o de Jerusalén. Pero sus calles y callejuelas ocultan los tesoros del arte islámico, a menudo deteriorados aunque resplandecientes a los ojos del que sabe buscarlos y admirarlos. Para acceder a los monumentos islámicos hay que pagar una entrada. Es imprescindible vestirse de forma adecuada: ni pantalones cortos, ni camiseta sin mangas. Se aconseja llevar un fular para algunas mezquitas.


De Bab el-Futuh a la Ciudadela
En los barrios del viejo Cairo islámico encontrará mezquitas, palacios, caravasares y escuelas coránicas, lamentablemente sufren de los achaques del tiempo. Pero de esos barrios populares, en definitiva poco turísticos, emerge la vida del pueblo llano de El Cairo: pequeños oficios, vendedores ambulantes y artesanos.Las dos puertas monumentales Bab el-Futuh (puerta de las Conquistas) y Bab el-Nasr (puerta de las Victorias) marcan el límite norte de El Cairo fatimí. Entre las dos, el vestigio del recinto fortificado, que rodeaba la ciudad dando una impresión de invulnerabilidad. Al lado de la puerta de las Victorias se erige la mezquita el-Hakim, construida a principios del año mil. Frecuentada esencialmente por una secta chiíta india, fue restaurada con mucho hormigón y mármol en 1980, y ha perdido bastante de su sobria belleza.


Ante la mezquita comienza la calle Muizz el-Din Allah, bordeada de magníficos monumentos islámicos. En una de las primeras callejuelas a la izquierda (calle Dahab), la Beit el-Suhaymi, antigua residencia de un cheij de al-Azhar del siglo XVII, es una muestra del esplendor de las casas de los notables, de la época mameluca. Seguidamente, la calle Muizz el-Din Allah le llevará a la mezquita el-Aqmar (1125) y a la madrasa del sultán Barkuk (siglo XIV). A la derecha, el mausoleo de Qalaun, edificado entre 1248 y 1293, comprendía una mezquita madrasa (escuela), un hospital y una tumba cuyo silencio tranquilizador parece, aún en la actualidad, magnificado por los vitrales de las ventanas.


Misr el-Qadima, el barrio copto
Situado en la orilla oriental del Nilo (orilla derecha), frente al extremo sur de la isla de Roda, es el hogar más antiguo del pueblo de esta orilla, aún hoy habitado por coptos. Puede ir en Metro (dirección Helwan, estación Mari Girgis) o en embarcación fluvial (salida frente al edificio de la televisión, al norte de la plaza Tahrir).Al bajar las pocas escaleras que llevan a Misr el-Qadima y al franquear las murallas que la rodean, las de la Babilonia romana, entrará en otro mundo de silencio y recogimiento. Las callejuelas conducen al convento de San Jorge, a las iglesias de San Sergio y de Santa Bárbara y, cerca del cementerio cristiano, a la sinagoga Ben Ezra, recientemente restaurada gracias a la obstinación de la comunidad judía.Las iglesias –salvo la iglesia Suspendida– apenas se distinguen de las casas de alrededor: las mismas piedras, la misma arquitectura, sin signo religioso externo.


Los gritos de los vendedores ambulantes
Quizá no los comprenda pero encierran toda la poesía y humor del pueblo egipcio. Aquí tiene algunos ejemplos. Para alabar la dulzura de las uvas: «¡Oh! ¡Dormida en la parra mientras te besan las abejas!»; «Caña de 7 metros; ¡oh caña!», grita el vendedor de caña de azúcar exagerando mucho (la caña de azúcar no supera los 5 metros de longitud). «Cuando se acaben las del caldero, ¿encontrará más?», pregunta con sensatez el vendedor de ful, deseoso de deshacerse lo más rápido posible del contenido de su marmita.


El jan el-Jalili
Es el dominio de comerciantes y turistas. En sus callejuelas estrechas se venden y compran joyas, objetos de cobre, cajas de marquetería, imitaciones faraónicas, piedras semipreciosas, alfombras, vajillas de cristal soplado y otros recuerdos. Las tiendas se reagrupan aún por corporación. Para callejear, regatear o perderse; también para degustar un té o una karkade en el café Fichawi, lugar ineludible del jan. No hace muchos años, el propio Naguib Mahfuz todavía venía a descansar bajo uno de los grandes espejos de la sala que el paso del tiempo ha vuelto amarilla.


La Ciudad de los Muertos
Al pie del acantilado del Moqattam se extienden kilómetros cuadrados de la Ciudad de los Muertos, sin duda una de las mayores necrópolis del mundo. Encontramos tumbas de gentes sencillas, simples catafalcos de piedra, y grandiosos mausoleos donde reposan los emires y sultanes, algunos de ellos desde el siglo XV. Los vivos se alojan en pequeñas casas de dos o tres habitaciones, construidas durante el siglo XIX para velar a los muertos, según un ritual que se remonta a los faraones. Cuando vivir en El Cairo se ha convertido en una apuesta, los más pobres se han precipitado a estas ciudades, que poseían la gran ventaja de ofrecer espacio y calma. Finalmente, los habitantes de la Ciudad de los muertos viven mejor que los de los barrios superpoblados de Imbaba o de Chubra.Los aficionados a la arquitectura mameluca irán a visitar, en la zona norte de la necrópolis (el-Jalifa), los dos mausoleos de Qaitbay y de Barkuk.


Las islas: Gezira y Roda
Verde y al abrigo del bullicio de la capital, la isla de Gezira, en medio del Nilo, alberga el barrio residencial de Zamalek, clubes deportivos, la nueva Ópera y la torre de El Cairo, que domina la ciudad desde lo alto de sus 185 metros. Sede de numerosas embajadas, elegida por su tranquilidad por muchos residentes extranjeros, Zamalek parece vivir a su propio ritmo. El visitante cansado de los embotellamientos y gentío de los barrios populares puede vagar tranquilamente por calles umbrías, bordeadas de grandes casas de anticuado encanto.En la isla de Roda se halla el Palacio Manyal, antigua residencia del hijo del jedive Tewfiq, Mohamed Ali, hoy día transformado en museo (abierto de 9 a 16 h. Entrada de pago). Situada al borde del Nilo, protegida por una muralla que imita las fortificaciones, la antigua residencia real está rodeada de un magnífico jardín de exuberante vegetación.


La orilla occidental
Distinta administrativamente de la orilla oriental –cuando se cruza el Nilo, se abandona El Cairo y se penetra en el municipio de Gizeh–, la orilla oeste del Nilo lo es también en su población y aspecto. Aquí se extienden kilómetros de edificios modernos sin alma y grandes avenidas rectas. Hay parques plantados de grandes eucaliptos, pequeñas plazas de pueblo, bellas casas restauradas, que recuerdan al visitante que una cierta burguesía construía aquí sus residencias, en pleno campo, y de ello sólo hace algunos decenios.

0 comentarios

Publicar un comentario