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Egyptian Tourist Authority
Mares de dunas doradas, paisajes lunares, de extrañas formaciones de piedra y kilómetros de llanuras pedregosas: así es el desierto occidental, prolongación del Sahara, ni uniforme ni de fácil acceso. Con cinco oasis, como las islas de un océano (Siwa, Bahariya, Farafra, Dajla, Jarga), están unidos entre sí por una larga pista de 1.000 kilómetros, en forma de «Z» en el mapa.

Siwa
De 80 km de longitud, sembrada de formaciones calcáreas, de fuentes de agua mineral y con dos lagos salados, Siwa vive del cultivo de dátiles y aceitunas, lo que le confiere un aspecto de pequeño jardín del Edén. En el centro de Chali, la principal ciudad de la isla, se erigen extrañas ruinas fantasmales, las del antiguo pueblo destruido en el siglo XIX por las lluvias diluvianas.Algunas pistas de arena le llevarán al templo del oráculo de Amón, que fue a consultar Alejandro Magno en persona. Situado en un promontorio, ha resistido mal el paso del tiempo. Pero, al recorrer las ruinas tortuosas, quién sabe si no encontrará un yinn; muy numerosos en la región si se cree en los issiwanes. Si no, conténtese con admirar el mar de palmeras que se extiende a sus pies.No deje de ir a bañarse a algunas de esas fuentes redondas, cuya agua brilla suavemente. Algunas datan de la ocupación romana, mientras que otras se han construido hace poco para regar los jardines.


Bahariya
Los cuatro pueblos de este oasis están esparcidos en una hondonada rodeada de dunas cubiertas de rocas volcánicas negras. Hasta la Edad Media, Bahariya constituía una parada ideal para las caravanas procedentes del Magreb de camino hacia La Meca.Pero el tiempo de la prosperidad está lejos y el oasis se va despoblando poco a poco. No obstante, el acceso se ha visto facilitado gracias a la carretera asfaltada que lo comunica con la capital.


Farafra
Es el más pequeño y menos frecuentado de los cinco oasis. Si le gusta la tranquilidad, si necesita soledad después de la superpoblación del valle del Nilo, no lo dude. Llegar a Farafra no es tarea fácil (dos o tres enlaces semanales en autobús desde El Cairo). Farafra se extiende por una meseta de arena blanca salpicada de algunas manchas verdes, que ocultan algunas casas de tierra. A partir de Qasr el-Farafra, el pueblo más importante, los senderos de arena permiten surcar el palmeral, donde juegan los rayos del sol.No se pierda la excursión al desierto Blanco, a unos 40 kilómetros del oasis. Tras la arena y las rocas negras, aparecen extrañas formaciones calcáreas en forma de pirámides, setas e icebergs, que se extienden hasta perderse de vista. Espectáculo mágico a la salida o la puesta del sol.


Dajla
Aquí, la tierra es tan fértil que resulta fácil olvidarse del desierto. Dajla es una sucesión de palmerales, vergeles y cultivos de hortalizas. A partir de Mut, el más importante de los diez pueblos del oasis, algunos bellos paseos (motorizados, las distancias son bastante grandes) conducen a lugares interesantes, como el pueblo abandonado de el-Qasr, la necrópolis de Balat, el templo de Deir el-Haggar o los restos faraónicos de Musawaka.En este último lugar, no tardará en estar abierta al público la Necrópolis romana, después de largos años de restauración


Jarga
Jarga vale bien una desviación a sus antiguos emplazamientos, como el templo de Hibis, único testimonio arquitectónico de la ocupación persa de Egipto, y la necrópolis cristiana de Bagawat (abierta de 8 a 17 h. Entrada de pago). Colgada en la falda de la colina, reagrupa varios cientos de tumbas que datan del siglo V. Algunas han conservado en sus muros escenas pintadas del Antiguo y Nuevo Testamento.




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